La escritura ocupa un lugar privilegiado entre las técnicas que podemos utilizar para trabajar las emociones. Así, la práctica constante de actividades de escritura personal proporciona la autoconciencia necesaria para poder entrar en contacto con sentimientos y emociones bloqueados y/o reprimidos. A partir de la operación de describir vivencias, interpretar el presente y recordar el pasado, es posible recuperar la propia voz, la autoestima y, en definitiva, el bienestar psicológico perdido.
En efecto, la biología ha comprobado —y Boris Cyrulnik, destacado teórico de la resiliencia, nos lo recuerda— que quien ha sufrido un trauma y es capaz de elaborar un relato sobre ello consigue reducir sus niveles de cortisol, la hormona del estrés, y actuar sobre sus déficits de BDNF (brain derived neurotrophic factor), proteínas responsables de la supervivencia y diferenciación de las neuronas, consiguiendo restablecer así el equilibrio emocional.
Recientemente, una buena parte de la investigación en torno a las aplicaciones de la escritura terapéutica se está centrando en su uso en situaciones de trauma individual y colectivo, como puede ser el caso de guerras o atentados terroristas. Así, se han realizado estudios a raíz del atentado de las Torres Gemelas o del 11-M de Madrid sobre las consecuencias personales y sociales que implicaba escribir sobre los propios sentimientos y pensamientos. Estas investigaciones han puesto de manifiesto que los participantes que escribieron sobre su experiencia en los atentados, unas semanas después de producirse, presentaban un nivel más bajo de emociones negativas. No hay duda, por tanto, de la validez de la escritura como técnica para deshacer nudos emocionales y mejorar el estado anímico de la persona.
Volviendo a la práctica, las maneras de abordar las emociones a partir de la escritura creativa son variadas: desde llevar un diario personal a escribir cartas a los seres queridos ya fallecidos, pasando por la edición de un blog. De cualquier modo, el propio proceso de escritura es ya tan válido como el resultado final, dado que estructura el pensamiento y abre vías de reflexión donde quizás no había más que confusión o silencio.
La forma más sencilla y asequible de entrar en contacto con la escritura terapéutica es el diario, ya que no requiere más que un cuaderno y la voluntad de ponerse a escribir cada día. A título de ejemplo, la escritura cotidiana permite transcribir las experiencias del día y el flujo de sentimientos y emociones que nos perturban, lo cual ya en sí significa una liberación. Posteriormente, la relectura de las entradas facilita la distancia necesaria para analizar nuestras actitudes y motivaciones, lo cual podrá redundar en un trabajo posterior de reflexión y mejora personal.
Finalmente, hay que mencionar que la escritura puede prestarse también a potenciar todo aquello que de positivo haya en la vida de la persona: desde la rememoración de momentos felices a la redacción de proyecciones positivas de un futuro próximo, la celebración de hitos de la trayectoria personal o profesional o, simplemente, la expresión de la alegría de lo cotidiano. Al igual que la vida, la experiencia de escribir puede renovarse día a día.
Gemma Nadal